lecturas: leyendas para cuarto básico
La leyenda
del pehuén
Hace
mucho tiempo el
pueblo pehuenche vivía
cerca de
los
bosques de pehuenes
o araucarias. Ellos
se reunían bajo
los
Pehuenes para rezar, hacer ofrendas y colgar regalos
en sus ramas,
pero no cosechaban sus frutos, pensando que eran
venenosos y no
se podían comer.
Un año,
el invierno fue
muy crudo y
duró mucho tiempo.
La
gente se había quedado sin recursos: los ríos estaban
congelados,
los pájaros habían emigrado y los árboles esperaban
la primavera.
La tierra estaba completamente cubierta de nieve.
Muchos de los
pehuenche
resistían el hambre,
pero los niños
y los ancianos
se
estaban muriendo. Nguenechen, el Dios creador, no
escuchaba las
plegarias. También él parecía dormido.
Entonces, el Lonko,
el jefe de
la comunidad, decidió
que los
jóvenes
partieran en busca
de alimento por
todas las regiones
vecinas.
Entre los que partieron había un muchacho que empezó
a recorrer
una región de montañas arenosas y áridas, barridas
sin tregua por
el
viento. Un día,
regresaba hambriento y
muerto de frío,
con las
manos
vacías y la
vergüenza de no
haber encontrado nada
para
llevar a casa.
Repentinamente,
un anciano desconocido
se puso a
su lado.
Caminaron juntos un buen rato y el muchacho le habló
de su tribu,
de los niños, los enfermos y de los ancianos a los
que, tal vez, ya no
volvería a ver cuándo regresara. El viejo lo miró con
extrañeza y le
preguntó:
¿No son
suficientemente buenos para ustedes los piñones?
Cuando caen del pehuén ya están maduros, y con una
sola piña se
alimenta a una familia entera.
El
muchacho le contestó
que siempre habían
creído que
Nguenechen prohibía comerlos por ser venenosos y que,
además,
eran muy duros.
Entonces el viejo
le explicó que
era necesario
hervir
los piñones en
mucha agua o
tostarlos al fuego.
Apenas le
hubo dado estas indicaciones, el anciano se alejó y
el joven volvió a encontrarse solo.
El muchacho siguió su camino, pensando
en lo que había escuchado. Apenas llegó
al bosque, buscó bajo los árboles y
guardó en su manto todos
los frutos que encontró.
Los llevó ante el Lonko
y le contó las instrucciones
del anciano.
El jefe escuchó atentamente al joven; se quedó un
rato en silencio
y finalmente dijo: Ese viejo no puede ser otro que
Nguenechen, que
bajó otra vez
para salvarnos. Vamos, no
desdeñemos este regalo
que nos hace.
La tribu entera participó de los preparativos de la
comida. Muchos
salieron
a buscar más
piñones; se acarreó
el agua y
se encendió
el fuego. Después
tostaron, hirvieron y
comieron los piñones
que
habían recogido. Fue una fiesta inolvidable. Se dice
que, desde ese
día, los mapuche que viven junto al árbol del pehuén
y que se llaman
a sí mismos pehuenche, nunca más pasaron hambre y
esperan que
nunca tan precioso árbol les sea arrebatado.
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