jueves, 8 de noviembre de 2012

lecturas: leyendas para cuarto básico

 La leyenda del pehuén  

Hace  mucho  tiempo  el  pueblo  pehuenche  vivía  cerca  de
los  bosques  de  pehuenes  o  araucarias.  Ellos  se  reunían  bajo  los
Pehuenes para rezar, hacer ofrendas y colgar regalos en sus ramas,
pero no cosechaban sus frutos, pensando que eran venenosos y no
se podían comer.
  Un  año,  el  invierno  fue  muy  crudo  y  duró  mucho  tiempo.  La
gente se había quedado sin recursos: los ríos estaban congelados,
los pájaros habían emigrado y los árboles esperaban la primavera.
La tierra estaba completamente cubierta de nieve. Muchos de los
pehuenche  resistían  el  hambre,  pero  los  niños  y  los  ancianos  se
estaban muriendo. Nguenechen, el Dios creador, no escuchaba las
plegarias. También él parecía dormido.
  Entonces,  el  Lonko,  el  jefe  de  la  comunidad,  decidió  que  los
jóvenes  partieran  en  busca  de  alimento  por  todas  las  regiones
vecinas.

Entre los que partieron había un muchacho que empezó a recorrer
una región de montañas arenosas y áridas, barridas sin tregua por
el  viento.  Un  día,  regresaba  hambriento  y  muerto  de  frío,  con  las
manos  vacías  y  la  vergüenza  de  no  haber  encontrado  nada  para
llevar a casa.
Repentinamente,  un  anciano  desconocido  se  puso  a  su  lado.
Caminaron juntos un buen rato y el muchacho le habló de su tribu,
de los niños, los enfermos y de los ancianos a los que, tal vez, ya no
volvería a ver cuándo regresara. El viejo lo miró con extrañeza y le
preguntó:
  ¿No son suficientemente buenos para ustedes los piñones?
Cuando caen del pehuén ya están maduros, y con una sola piña se
alimenta a una familia entera.
El  muchacho  le  contestó  que  siempre  habían  creído  que
Nguenechen prohibía comerlos por ser venenosos y que, además,
eran  muy  duros.  Entonces  el  viejo  le  explicó  que  era  necesario
hervir  los  piñones  en  mucha  agua  o  tostarlos  al  fuego.  Apenas  le
hubo dado estas indicaciones, el anciano se alejó y el joven volvió a encontrarse solo.
El muchacho siguió su camino, pensando
en lo que había escuchado. Apenas llegó
al bosque, buscó bajo los árboles y
guardó en su manto todos
los frutos que encontró.
Los llevó ante el Lonko 
y le contó las instrucciones
del anciano. 

El jefe escuchó atentamente al joven; se quedó un rato en silencio
y finalmente dijo: Ese viejo no puede ser otro que Nguenechen, que
bajó  otra  vez  para  salvarnos. Vamos,  no  desdeñemos  este  regalo
que nos hace.
La tribu entera participó de los preparativos de la comida. Muchos
salieron  a  buscar  más  piñones;  se  acarreó  el  agua  y  se  encendió
el  fuego.  Después  tostaron,  hirvieron  y  comieron  los  piñones  que
habían recogido. Fue una fiesta inolvidable. Se dice que, desde ese
día, los mapuche que viven junto al árbol del pehuén y que se llaman
a sí mismos pehuenche, nunca más pasaron hambre y esperan que
nunca tan precioso árbol les sea arrebatado.




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